(y con las ideas que ellos censuran)

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Lunes, te odio

(¿A propósito de qué se les ocurre que puede ser? Publicado originalmente en el suplemento de Tendencias de La Tercera, el sábado 20 de agosto de 2011)

Foto: depaginas.com.mx

«La palabra ‘lunes’ debería ser un insulto». Esos 41 caracteres que hace un tiempo alguien publicó en Twitter -así de ambiguo, así de anónimo- les gustaron a tanta gente, tantas personas los replicaron y complementaron, que el autor apareció en la página de inicio de la red social. Eso, para los desentendidos, es como el Hall of Fame de los 140 caracteres: si los tuyos gustan mucho, tu avatar -o foto de perfil, para los mismos desentendidos- aparece junto a otros «twitteros destacados», que suelen ser personas como Steve Jobs, Pamela Anderson, el activista cool del momento y algún otro usuario anónimo igual que éste que odiaba los lunes.

Cómo no empatizar con esa idea. Cómo no querer que esa mañana no exista todavía, que el domingo se alargue, que haya un paro o una condición climática que imposibilite empezar la semana cuando se debe. La relación de 5×2 entre trabajo y ocio -por convención social más que por ley, ya que sólo los domingos se marcan con rojo en los calendarios-, nunca es suficiente. Y el que se lleva el enojo por esa proporción no es el viernes, sino el lunes.

Teorías y estudios sobre por qué la mayoría de los humanos detesta ese día hay varios. Incluso se habla de un síntoma que tiene nombre de canción, Monday blues («Tristeza de lunes»). Y lo que es peor, para algunos empieza antes: también existe -y se combate- el Sunday blues. Porque la modorra de quien salió el sábado, el optimismo de esos deportistas ocasionales y el estoicismo de los que pasan las primeras horas comprando en una feria o supermercado, retrasan esa bofetada de realidad que es el domingo.

No trabaje mucho (recomiendan los expertos)

Se supone que la culpa no es del lunes mismo; ni del trabajo ni de la resaca ni del taco. Es de que el lunes nos recuerda que, como la mayoría en cualquier rincón del mundo, nunca se es tan libre como un sábado en la tarde.

Según el primer estudio sobre la variación diaria del ánimo, publicado en el Journal of Social and Clinical Psychology el año pasado, lo que nos hace tan felices el fin de semana es la satisfacción de tres necesidades sicológicas: autonomía, competencia y vinculación con lo que se está haciendo. Y claro: por usar un lugar común del fin de semana, cualquiera es más independiente en la toma de decisiones, se siente más capaz y está más interesado cuando está a cargo del asado con los amigos. Pero exigir ese nivel de compromiso y desempeño en una tarea que no sea la favorita, solicitada -o exigida- por quien esté al mando y para la que no nos sintamos los más idóneos, es mucho pedir para un día lunes. ¿Acaso no vendría bien al menos un día de tregua, entre hacer lo que uno quiere y hacer lo que se le exige?

De hecho, eso es lo que recomiendan algunos especialistas para hacer menos dolorosos los días lunes. Dejar esa reunión eterna para el martes y no exigirse mucho en la mañana. Y el consejo va para todos: según el mismo estudio, a cargo del sicólogo y profesor de la Universidad de Rochester, Richard Ryan, la insatisfacción al empezar la semana es la misma para quienes aman y detestan su trabajo, independiente del cargo que desempeñen y el sueldo que ganen.

Gretchen Rubin, abogada de la Universidad de Yale y autora del bestseller The Happiness Proyect, comenta en un artículo de la revista Psychology Today lo que hacen algunos de sus amigos para evitar, a su manera, el karma universal del día lunes -tan universal, de hecho, que el 78% de los trabajadores encuestados a nivel mundial por la consultora Monster (Luxemburgo) asegura que «la ansiedad del lunes por la mañana» evita que puedan dormir bien el domingo.

Lo paradójico es que las maneras de sobrevivir al «síndrome del lunes» llegan a ser totalmente opuestas. Hay quienes evitan «trabajar de verdad», hasta después de almuerzo y se limitan a contestar correos y leer newsletters. Otros, en cambio, se toman las dos primeras horas del día para dedicarse únicamente a tareas que ellos mismos se asignaron. Nada de recibir órdenes ni resolver problemas de terceros -no todavía. Una especie de mimetización pasiva con el resto de tipos vestidos con Dockers y las demás mujeres con tacones que jamás usarían un sábado en la tarde.

También se puede dedicar de lleno a una tarea realmente importante, en algo tipo de «terapia de shock»; aprovechando que en el cerebro el área cognitiva funciona mejor en la mañana que en la tarde. O programar algo entretenido para el lunes, como un almuerzo con amigos, para esperar con ansias -o con menos angustia- el inevitable comienzo de semana. A mí, al menos, lo que mejor me ha funcionado hasta el momento -sin haberle puesto mucho empeño en probar otras técnicas- es la primera opción. Procrastinar los asuntos importantes y mientras se me pasa el sueño y la nostalgia del fin de semana -porque sí, uno se acuerda de lo bueno que estuvo cuando lo amerita- escribir en Twitter cuánto odio los lunes. Y compartir los comentarios de gente como el anónimo usuario, que decía que «lunes» podía ser un buen insulto.

Pero hay que ser sinceros: el día corrió con mala suerte. El lunes es como el queso de un equipo pichanguero o el paria de un sistema cualquiera. Lo mismo pensaríamos del miércoles si se cambiaran los lugares. «Lunes», incluso, ni siquiera es una palabra tan fea. Hasta suena a nombre de un hijo de una pareja moderna y rupturista: perfectamente, lunes podría ser un hermano de Apple (manzana), la hija del vocalista de Coldplay y la actriz Gwyneth Paltrow. Si se empezó con las frutas, ¿por qué no seguir con los días de la semana?

Sea por azar o por tradición, el lunes es el día más odiado de la semana y poco queda por hacer para cambiar esa actitud. Ese sentimiento generalizado, esa cara al llegar a la oficina en la mañana, ese litro de café que es necesario para despertar ante el hecho de que quedan cinco días para el próximo fin de semana. Literalmente, el lunes es la antípoda del sábado. Y aunque esta semana pasó inadvertido por ser feriado, acuérdese de este artículo pasado mañana: no habrá consejo que le funcione para quitarse el «síndrome del lunes».

El asesor sin rostro: sepa quién es el brazo derecho de Hinzpeter

(A propósito de que, desde hoy, es subsecretario de Vivienda. Publicado en El Dínamo el 2 de febrero de 2011).

Foto: Asset Chile

“En política no se tiene que ser, se tiene que hacer”. Juan Carlos Jobet estudiaba un MBA y un Master en Políticas Públicas en Harvard cuando un profesor le dijo esas palabras. Era la frase con la que David King inauguraba uno de sus cursos en la universidad de Massachusetts, pero ninguno que Jobet hubiera tomado. Aún así, se acuerda de esa línea a diario. Y de que “en política hay que apasionar con racionalidad”; otra de sus frases favoritas.

Cercanos al jefe de asesores del ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter –que entró al gobierno como jefe de gabinete- dicen que él, al menos, tiene el potencial para hacerlo. Que es “un negociador hábil y de muy rápida reacción, ágil para responder lo que se demanda”. Funcionarios de La Moneda que trabajan de cerca con Jobet se apresuran, además, a separarlo del rebaño: “claramente, se hace una diferencia entre el resto de los jóvenes que han entrado al gobierno y él”.

Partiendo del minuto en que Hinzpeter lo contactó. Jobet estaba de vacaciones en Pucón con su familia, y el ahora ministro lo llamó el domingo siguiente a las elecciones a las 8.30. Lo despertó para decirle que lo quería en el equipo, y ese miércoles, Jobet tomó un avión a Santiago. El jueves se integró a Interior. A pesar de su falta de redes -aunque fuera hijo de la periodista y ex directora de la revista Paula y ex co-fundadora de la Capital, Celia Eluchans, y Juan Carlos Jobet Sotomayor-, su trabajo en Asset y su interés por las políticas públicas ya lo tenían fichado en el gobierno desde la campaña.

La opinión sobre Jobet en Palacio es unánime. Y afuera también. Es el niño bonito del Ministerio del Interior y “el escudero de Hinzpeter”-, y mientras algunos coetáneos son cuestionados por su falta de experiencia en el servicio público -debilidad que el asesor de Interior comparte-, a él todos lo destacan. Incluidos personajes cercanos a la Concertación.

También en RN, partido en el que milita desde agosto del año pasado. Se inscribió junto a sus amigos Roberto Izikson –director de estudios de la Secom- y Hernán Larraín Matte –asesor del Segundo Piso-, consciente de que es un paso necesario para hacer carrera en el servicio público.

En conversaciones con sus cercanos en el Ministerio, Jobet ha reconocido que “es difícil llegar a los partidos”. Que es algo que tiene que hacer. Y en Antonio Varas no tienen problema con ayudarlo. “Juan Carlos ha maniefstado, al igual que Herrnán (Larraín Jr.), su intención por pelearse una diputación en el futuro -dice Cecilia Pérez, vicepresidenta de RN-. Y nosotros estaremos siempre felices de apoyar a los mejores candidatos”.

Sus cercanos, sin embargo, no lo ven en el Parlamento. “Juan Carlos no se imagina siendo diputado, no por ahora. Le gusta armar equipos, delegar tareas, hacer planes”. Se lo imaginan más cómodo en algún municipio o en el Ejecutivo. Colaboradores de Palacio comentan, incluso, que sus planes van un paso más allá. Que quiere generar un impacto aún más grande en la política nacional, y eso –bien lo sabe Jobet- no se logra desde una asesoría ministerial.

Por eso, quiere armar un think tank. Con políticos jóvenes y liberales; esos que hoy llenan varias oficinas en La Moneda. Según sus cercanos, a Jobet -como a varios- le molesta que la política “está muerta” y que “las decisiones las están tomando muy pocos”. Pero por ahora, tiene sólo las intenciones. Con una jornada laboral de 12 horas diarias, pocos tienen tiempo para crear el próximo semillero de talentos de derecha.

Sin embargo, ese ritmo de trabajo es más tranquilo que cuando asumió como jefe de gabinete de Hinzpeter, en marzo del año pasado. Cuando la mitad del país estaba destruida o inundada. Quienes trabajan con él, aseguran que fue en esa etapa –la de la emergencia- en la que se afirmó en su cargo. Y eso lo empoderó para tomar decisiones claves en conflictos posteriores, como la toma de terrenos en Isla de Pascua, la huelga de hambre mapuche y las protestas en Magallanes por el alza del gas.

Un funcionario de Interior es tajante a la hora de definir la importancia de Jobet en la cartera. Tanto, que ni siquiera necesita completar la oración. El joven le habla al ministro al oído, y él lo escucha. “Rodrigo dice: ‘si Jobet dice que sí…’”. No en vano, el asesor de 35 años está en los tres “directorios” que crearon en el Ministerio, para hacer más eficiente la gestión de distintos organismos dependientes de la cartera: el de la Onemi, el del Conace y el de la Unidad de Víctimas del Ministerio del Interior.

Otro de los temas que mantiene ocupado al RN –ahora que no tiene que enfrentar ningún conflicto de la magnitud de las protestas en Magallanes- es la construcción de un edificio en Teatinos con Moneda, donde se reorganizarán todas las oficinas que le responden a Interior. La idea, según funcionarios involucrados en el proyecto, es “unificar los equipos de trabajo y devolverle la nobleza a La Moneda, que es un palacio”. Y ningún palacio acoge servidores y estantes llenos de libros y pocas consultas.

Quienes conocen de cerca a Jobet, destacan justamente su pasión por la lectura. Georges de Bourgignon, su jefe en Asset entre 2000 y 2006 –y luego en 2009-, dice que ése es uno de los motivos por los que se decidió a contratarlo. “No tenía premios, pero sus credenciales académicas eran muy buenas. Se veía una persona súper inteligente, que combina muy bien la parte humanista con la parte numérica. Es súper lector y culto, pero también muy bueno con los números”.

Aunque le gusta la ficción –algo de Paul Auster, Haruki Murakami y J. M. Coetzee-, en la librería Metales Pesados del Centro Cultural Palacio La Moneda lo recuerdan como un consumidor frecuente de libros de filosofía política y La guerra de Galio, de Héctor Aguilar Camín. Y de que se los recomienda a sus amigos de Palacio. En su oficina, dicen,  tiene también un libro de Karl Marx, junto a textos de Edgardo Boeninger, Norberto Bobbio, Edmund Burke  y “The Centre-Left and New Right Left Divide”, de Steve Smith. 

Todos libros útiles para cualquiera con ambiciones políticas, pero insuficientes para alguien con la próxima tarea de Jobet en Interior: abordar el tema de la delincuencia. El cambio de cargo -de jefe de gabinete a jefe de asesores- lo liberó de llevarle la agenda diaria a Hinzpeter y de papeleo burocrático, pero su trabajo sigue abarcando tantos temas –y todavía de manera no muy concreta- como antes. Y sentado en la misma oficina.

Desde los discursos del ministro hasta la Onemi; pasando por la Subdere, el Conace, la descentralización, la imagen del Ministerio y los temas políticos –aunque en el Segundo Piso aseguran que, en esa área, “nunca se ha metido en temas de Presidencia”. Jobet tiene que cubrir todos esos aspectos, y ahora debe encargarse de un tema pendiente en Interior: la delincuencia. Ante sus más cercanos ha reconocido que es uno de los que menos sabe, y por eso se está asesorando por Catalina Mertz, de Fundación Paz Ciudadana y experta en prevención.

Miembros de la Comisión de Seguridad de la Cámara de Diputados están de acuerdo con Jobet. Según el PPD Felipe Harboe, “sin duda” el tema de la delincuencia es el más débil del Ministerio. “El gobierno está al debe en esa área: las cifras de temor todavía son preocupantes, y creo que la tasa de denuncias ha bajado. La tarea de gobierno –que, en parte, es la de Jobet- es muy grande, porque todo lo que prometió en campaña tiene que cumplirlo. Y, hasta el momento, no se ha cumplido nada”.

Colaboradores de Jobet en el Ministerio dicen que ésa será su primera prioridad cuando vuelva de sus vacaciones en Cachagua, donde está junto a su señora, Luz María Díaz de Valdés, y sus hijas de dos y cuatro años. Una tarea cuesta arriba, considerando la opinión que tiene de él otro de los integrantes de la Comisión, el PS Carlos Montes: “la verdad es que a él ni siquiera lo identifico, ni siquiera sé quién es. Hay que esperar para ver”.

Nina la insurrecta

(A propósito de Amy Winehouse).
 

Foto: Carol Friedman / Corbis

No era ni la bonita ni la coqueta. Tampoco la mejor cantante. Nina Simone era la sediciosa.  Recordada por sus himnos sobre derechos civiles, la pianista disidente del jazz –porque siempre renegó ese estilo- luchó hasta el cansancio por la justicia para la raza negra, o al menos hasta que perdió la fe en el cambio. Tres hitos marcaron su trascendencia, y tres momentos fueron sus pequeñas revoluciones.

“El nombre de esta canción es Mississippi Goddam. Y cada palabra de la letra va en serio”. Sin embargo, todos rieron. Casi todos eran blancos. En el  escenario, una mujer negra contenía su ira. Nina Simone, cantante y activista por la lucha de los derechos de los afroamericanos en Estados Unidos, usaba su piano y sus letras como forma de protesta, pero ante un público como el del Carnegie Hall esa noche, no había mucho que hacer. No antes de que escucharan su más reciente melodía. Un pequeño arranque de revolución.

A pesar de la advertencia, nadie le creyó. Simone tenía fama de excéntrica. Pero esa noche de marzo de 1964 sus dedos hablaron por ella, acelerados y estrepitosos. Irónicamente alegres. Y a pesar de que la letra era desde un comienzo lo opuesto a las notas, recién en la mitad el público dejó de reírse.  La cantante estaba hablando en serio.

“No me digan nada, yo les diré algo / Mi gente y yo estamos por rendirnos / Lo sé porque he estado ahí / Ustedes siguen diciéndonos ‘vayan despacio’ / Pero ése es justamente el problema”.

Luego sólo se escuchó un silencio. Uno de esos culpables, como el de un hijo que recibe cabizbajo el reto de su madre después de haber hecho algo malo, muy malo. Y la audiencia del Carnegie Hall asumía su travesura. Cuando Nina Simone cantaba, había que escucharla: Mississippi Goddam era su forma de lamentar la muerte de cuatro niños afroamericanos tras un bombardeo en Alabama y la de Medgar Evers, un conocido activista, todas ocurridas hacía un año y debido a la lucha por sus derechos civiles. “¿Y pensaban que estaba bromeando, no?”, agregó furiosa entre los versos restantes. Nadie volvió a reír.

Invitados de honor –y negros

Sexta entre siete hermanos, A Nina no le costó sobresalir por su talento. “Nací siendo una genio”, reconoció en una entrevista. A los seis meses entendía lo que era una nota musical escrita, y tres años más tarde tocaba canciones en el piano en un tono distinto al original, sin tener conciencia de los arreglos que hacía. Un talento como el suyo no podía perderse. Sus padres, a pesar de lo pobres que eran, le pagaban clases particulares en su casa en Carolina del Norte, y sus primeras presentaciones fueron en las iglesias de su pequeña ciudad natal, Tryon. En esa época el apartheid era sólo un tema de discusión entre adultos, y la discriminación algo que le pasaba a su gente. Pero no a ella. Su mundo era su piano y sus canciones, no la pelea por unos derechos que ni siquiera sabía que no le pertenecían. Hasta que se los quitaron a sus padres.

A los niños no se les pide que lo entiendan todo. Sólo lo que les compete. Pero cuando un problema global pasa a ser suyo, es inevitable que despierte en ellos un deseo de arreglar el mundo. Eso se prometió Nina a los 12 años, cuando debutó oficialmente como pianista en un pequeño recital en Tryon y sus papás quisieron sentarse en primera fila, en muestra de apoyo y de expreso orgullo. Pero no los dejaron. Se les pidió que desocuparan los asientos de las personas blancas y que buscaran un lugar en la última fila, donde les correspondía. Donde se sentaban los negros.

Resignados, acataron la orden. Pero Nina se negó a aceptarla. Antes de empezar a tocar, se paró y anunció seria: “mi mamá y mi papá tienen que estar en la primera fila”, y así fue. Violando sus derechos de negros, ocuparon el lugar de los blancos. En ese momento, la joven pianista pasó a ser también una joven defensora de la igualdad de razas.

Auspiciada por su profesor, a los 17 estudió un año de piano clásico en la prestigiosa Escuela Julliard, en Nueva York. Ahí se preparó para entrar al Instituto de Música Curtis en Filadelfia, donde su familia se mudó para estar más cerca de ella. Postuló al único cupo disponible y no quedó. Según ella, por ser negra. Y aunque sus deseos de convertirse en la primera pianista de concierto de color en Estados Unidos se disolvieron, su incursión en la música popular marcó su primer hito.

Consciente del gasto que habían hecho sus padres al cambiarse con ella de estado, entró a trabajar a un local nocturno tocando canciones tradicionales. Pero gustó y le pidieron que, además, cantara. Y para evitar los sermones de su madre por el lugar donde actuaba, inventó un seudónimo que tuviera una vida propia: en 1954 dejó de ser Eunice Kathleen Waymon y nació Nina Simone.

Tres años más tarde, grabó su primer disco. Y tuvo su primer éxito. El single I loves you Porgy, de la ópera Porgy and Bess, fue su puerta de entrada a escenarios clave como el Town Hall y el Carnegie Hall, ambos en Nueva York, donde se codeaba con el resto de los artistas de moda en aquellos tiempos. Todo músico digno de su condición debía tocar en dichos recintos, pero ella los llenaba. Su voz era cruda y suave,  apasionada y visceral. Un timbre casi andrógino y un rango vocal sorprendentemente bajo para una mujer se apropiaban de sus melodías, haciéndolas inconfundibles. No era Vaughan ni Fitzgerald, era Nina Simone. Única. Memorable.

Se paseaba entre el soul, el blues, el gospel y el R&B. Coqueteaba con el folk y algunas notas pop, pero siempre renegó el jazz. “Ese es un término que los blancos usan para identificar a la gente negra. Yo simplemente toco música clásica negra”, aseguraba. En 1964, tras cambiarse de un sello estadounidense al holandés Philips, tuvo mayor libertad creativa y acompañó el piano con letras más críticas que románticas. Creó emblemas de las condiciones de los afroamericanos y el que luego se transformó en el himno nacional negro en los Estados Unidos: To be young, gifted and black.

Sin embargo, sus letras no siempre tuvieron el resultado esperado. Four women hablaba de los distintos destinos que corrían cuatro mujeres según el matiz de su piel oscura, pero la misma comunidad vetó la canción por considerarla “ofensiva hacia su gente”. La versión que grabó de Strange fruit, originalmente de Billie Holiday, también provocó escozor. Revivir las historias de linchamiento que relata esa canción era excesivo; innecesariamente doloroso. Para Simone, en cambio, era imprescindible. Olvidar la historia era el primer paso hacia la derrota.

Después de Luther King

A pesar de los desencuentros, Simone defendía impertérrita  la lucha por los derechos civiles. Entre 1958 y 1970 se casó dos veces, tuvo una hija y cuatro abortos espontáneos. Pero nada importaba más que la música. Era su pasión, su trabajo y su única vía hacia la trascendencia. Consciente de su liderazgo, su último gran intento de generar una revolución fue participar en la tercera Marcha desde Selma hasta Montgomery, en Alabama. La única que llegó al destino final. La iniciativa surgió en enero de 1965 como una campaña de inscripción electoral en el condado de Dallas, donde el 57% de la población era negra y menos del 1% de ellos votaba.

El movimiento por los derechos civiles estaba en su punto más álgido, por lo que la caminata entre las principales ciudades de los condados limítrofes, Dallas y Montgomery, representaba la inclusión necesaria para marcar la diferencia. Pero los dos primeros intentos fallaron. La policía y el Ku Klux Klan intervinieron con armas y gases lacrimógenos. Seiscientos civiles inocentes murieron y Nina Simone se molestó. Encabezó la tercera marcha, segura de que morir en el frente era más noble que vivir tras su piano.

Partieron el 21 de ese mes. Llovió ese día y los tres siguientes, durante los 87 kilómetrosdel recorrido. Pero no importó. Habían llegado. La noche del 24 celebraron el mitin “Estrellas por la libertad”  y cantaron Harry Belafonte, Tony Bennet, Sammy Davis Jr. y Nina Simone. Al día siguiente habló Martin Luther King, pero nadie acaparó la atención como ella. Por algo la llamaban “la sacerdotisa suprema del soul”. Según Andrew Young, embajador de la ONU presente en el acto, “ella se robó el show”. Marchó, cantó e hizo historia. Cuarenta mil personas corearon Mississippi Goddam, y cinco meses después Lyndon Johnson firmó el Acta de los Derechos de Votación de 1965.

Pero nunca era suficiente. El fervor de la lucha disminuía y Simone se decepcionaba. La Guerra de Vietnam ganaba protagonismo y ella, a modo de protesta, se negó a pagar impuestos. Tesorería le embargó su casa y los sellos discográficos no le pagaban sus derechos de autor.  Vivir así era inhumano. Se amargó y dejó de creer que la segregación racial tenía solución, sobre todo en un Estados Unidos sin Malcolm X. Cuando murió Martin Luthert King, en 1968, se dio por vencida. Le dedicó la canción Why? The king of love is dead, escrita por su bajista, y se fue del país. Derrotada. Su revolución no llegaba a puerto.

En Barbados tuvo una relación con el Primer Ministro, Errol Barrow, y gozó los lujos de una Primera Dama. Pero se aburrió. Pasó por Liberia, Holanda, Suiza y Francia, volvió a su país y volvió a partir. En 1985 lanzó un nuevo álbum, Nina’s back, con un perfil despolitizado y sugerido por su nuevo sello, VPI. Nada de eso la convenció.

Radicada en el sur de Francia, en Aix-en-Provence, siguió haciendo presentaciones y metiéndose en problemas. En 1995 le disparó al hijo de un vecino con una pistola de aire comprimido porque no la dejaba concentrarse con su risa, y huyó de la escena de un accidente automovilístico en el cual dos motociclistas salieron heridos. Pagó multas y buscó ayuda psicológica, pero nada le servía para estar en paz. Sus ideas de revolución se transformaron en actos inconexos; pocos entendían el carácter  irracional de la artista. Su canción Don’t let me be misunderstood (No dejes que me malinterpreten) calzaba como el himno de sus últimos días, en una especie de mea culpa y excusa al mismo tiempo: I’m just a soul whose intentions are good (Sólo soy un alma con buenas intenciones).

Simone dejó este mundo –el 21 de abril de 2003- con un legado musical y social y un signo de interrogación entre sus seguidores. Su conducta era, a ratos, incomprensible. Hasta que en 2004 la biografía escrita por Sylvia Hampton y David Nathan, Break down and let it all out (Estalla y desahógate), reveló un secreto a voces que explicaba el comportamiento de la artista: la sacerdotisa suprema del soul era bipolar. Desde mediados de los ‘60.

Eso explicaba hasta lo inexplicable en la vida de Simone, pero no condicionó sus reales deseos de una revolución civil. Por suerte tenía la música. Si no, de seguro habría dado rienda suelta a sus más íntimos deseos, plasmados en el documental francés Le legend (La leyenda). Mientras come con la mano unas papas fritas, confiesa tranquila –y sin tragar la comida antes- que “si me hubiera salido con la mía, habría sido una asesina. Habría sido genial. Si hubiera tenido armas, habría ido al sur (de Estados Unidos) y habría esparcido violencia y más violencia con disparos y más disparos. Pero mi esposo me recordó que no sabía nada sobre armas, y que él no quería enseñarme. Insistió en que lo que yo tenía era la música, así que le obedecí. Pero si de mí hubiera dependido, habría usado armas. Nuca fui una persona no violenta”.

[El how-to de una fiera] SÉPTIMO: el control es tuyo

Mente fría y dominio de la escena. Esas son las claves de una fiera. Estés donde estés, debes sentirte en tus dominios. Demostrar que la que manda eres tú. Pamela lo sabe y está acostumbrada. Donde llega, la Fiera es ruda. No vende cuentos, no se cree más de lo que es. Incluso en una entrevista en 2006 se asumió como “vulgar, obviamente rica y me gustan las lucas”. Nada más que decir. Excepto que toda pose –aunque ya esté tatuada en la piel de una persona- es vulnerable. Y Pamela sabe bien qué quebranta la suya.

 

En su camarín de Estrellas en el hielo, la Fiera es reina. Siempre debe serlo. Se ríe, la quieren, la miran y la piropean. Le hacen regalos y le piden sacarse fotos con ella. Habla tranquila, se siente en sus dominios; nada falta en sus cuatro metros cuadrados. Hasta que esa sombra aparece de la nada. La acecha desde el fondo de su bolso Nike, al ritmo de Please don’t stop the music, de Rihanna. Y lo peor, es que Pamela contesta. Elige responder.

 

El problema de las tipas inteligentes, es que se enamoran como tontas. Y el de las chicas rudas, que caen como las más débiles. Y eso le pasa a Pamela. Aunque no lo reconoce, todavía le duele haber terminado su matrimonio con Manuel Neira, quien supuestamente le fue infiel en reiteradas ocasiones. Hasta que ella no aguantó más. Y ahora, no habla del asunto. Por eso no existe una versión oficial del quiebre. Pamela evita el tema al punto de ni siquiera mencionarlo como lo que considera su mayor fracaso. “¿Por qué un fracaso, si me casé, tuve hijos, una casa, todo? Yo luché tanto para que la cuestión funcionara, que no me siento fracasada”.

 

Pero Ignacio Gutiérrez no le cree. Ve más allá del maquillaje de fiera. “Claro, es una forma de verlo, pero yo diría que ella quería un matrimonio para toda la vida. Así como cuando quería el reinado de Miss 17 pero no le llegó, es un fracaso. La Pamela es una persona muy dedicada a la familia; es lo principal para ella. Así que me imagino que fue muy doloroso”. Un rasguño para la Fiera.

 

Mientras Pamela habla –y todos la escuchan-, Rihanna canta. Please don’t stop the music, I just can’t refuse it. Pamela tampoco. Aunque no entienda inglés. De las veinte veces que sonó en la última media hora, ésta es la única en que contesta el celular. Mira la pantalla y se le borra la sonrisa. Su tono de voz cansado-pero-alegre se seca, se pone agrio. Todos lo sienten, todos se callan. En parte por respeto, y en parte porque quieren escuchar. La Fiera se esconde cuando Manuel llama. Y por más que a veces bromeara cuando le mandaba mensajes durante los ensayos –“quién es este hueón?”-, en el fondo le importa. Porque tener el control de la situación, es el paso más difícil. Por algo es el último. Y lo que quebranta a Pamela, es Manuel. Su ex esposo, el papá de sus hijos. Y eso, a Pamela le importa. Porque cuando se enamoran, las chicas rudas caen como las más débiles.

 

¿Aló? Tercera. Perdí, lo que pasa es que ellos empataron en primer lugar y ahí me cagaron, porque si hubiera salido uno y yo segunda, hubiera ganado. Lo hice pésimo el primer programa. Sí, fue horrible. Y qué… ¿cómo te fue a ti? ¿Cuántos goles hiciste?

¡Aaaaayyy, qué la raja! ¡Me alegro!

 

Pero las chicas como Pamela no caen como cualquiera. Guardan algunos secretos. Mal que mal, están dolidas. Y las fieras saben que aparentar tener el control es mejor que mostrarse en desventaja. Incluso, ocultar información a veces ayuda a sentirse al mando. Costa Varúa queda entre ella y Dj Black.

 

Estoy en el canal, sí. Está terminando el programa. No, no, no, me voy a ir pa’ la casa, (…) pero a las nueve me dejan en el aeropuerto. Sí. A Concepción, a la hueá de los camioneros. Pero vuelvo. Ay, qué bueno. Vale. Ya, mañana te llamo a ver qué me dice la mina para que los vaya a buscar. Sí. Ya. Hablamos, chau chau.

 

La fiera reprimida, la mina un tanto herida, tira el teléfono en el bolso Nike. Cae junto a la billetera Louis Vuitton. Pamela sigue seria, la llamada fue corta pero de largo efecto. Todos notan que dejó de sonreír. Incluso de decir garabatos. Como a toda mujer, un hombre es capaz de arruinarle la noche. “Era Manuel, que había hecho goles”.

[El how-to de una fiera] SEXTO: si es Dolce, que se note

Una fiera no muestra cuando cambia el pelaje. Siempre lo tiene radiante. Y eso significa tener uno de marca y la eterna capacidad de reinventarse. Mey Santamaría lo entiende: “(Pamela) sabe que cambiarse el color de pelo y dar declaraciones fuertes, funciona. Y muchas veces dice cosas que el resto no se atreve a decir, pero porque es parte de su personalidad. Es parte de su juego. Y tiene un estándar de vida que cumplir”.

 

Ser Pamela Díaz® es caro. Según el programa Mira Quién Habla, cuesta siete millones mensuales. Hay que invertir para poder lucrar. Pero las ganancias llegan rápido y en cantidades. Y ahí es cuando la fiera debe potenciarse: cuando hay dinero, llega el bling-bling. “‘Dolshe & Gabbana, Dolshe & Gabbana, Dolshe & Gabbana’. Todo ‘Dolshe”’. Ignacio Gutiérrez la imita a la perfección. Los nombres extranjeros nunca acompañan a Pamela. “Le encanta eso y los anteojos, pero en general, la ropa que usa, yo diría que es de Patronato. Pero le gusta el accesorio bueno. Ella dice feliz que anda con un Omega pa’ arriba y pa’ abajo”. Miguel Ángel Guzmán es categórico: “su power está en sus lentes”.

 

Dolce es el idioma de las fieras. Hay que saber hablarlo. “Mira el link que te hago – Guzmán lo hace didáctico-: Madonna en sus conciertos en Chile se vistió con Dolce & Gabbana, y a Pamela le encantan los lentes de esa marca. Yo creo que estos personajes tienen el encanto y el brillo, pero son lo bastante lúcidos para hacerse rodear de las personas más idóneas”. Una fiera sabe que Dolce bling-blinea por sí solo.

 

Ver a Pamela sentada en su camarín de Estrellas en el hielo, es comprobar que ella ya pasó la prueba. Se sabe los siete pasos de memoria. Todo lo suyo, tiene una marca estampada. “Ella es la rota más bonita de Chile”, asegura Guzmán. Quizás por sus modales, quizás por su ostentación. Pero si hay algo que no se le puede negar, es que Pamela es siempre la misma. En invierno y en verano. Sus calzas dibujadas –el suyo parece un cuerpo pintado- y peto Everlast, le dan sentido al sobrenombre que Gutiérrez le tenía cuando trabajaba en SQP: “la mujer sin frío”. “Afuera podía estar lloviendo, nevando, y ella siempre andaba de peto. De mini, de peto y una parka que con suerte le tapaba las pechugas. Y sin mangas”.

 

Lo importante es hacer de Dolce una actitud. Incluso a las ocho de la mañana y con Santiago inundándose a tus pies. Los cuales, por cierto, siempre deben empinarse en unos tacos. Los pasos de una fiera deben escucharse desde lejos. Y, aunque no lo quieras, probablemente los accidentes también. Pamela sabe sentirse Dolce hasta en las situaciones más insólitas: tras haber estado repartiendo volantes del Hogar de Cristo durante una mañana lluviosa, Pamela chocó al automóvil que iba delante de ella. Dignamente, se bajó de su Toyota Fortuner dorado y expuso su look invernal, muy ad-hoc para una jornada en que Santiago se sentía más como Venecia. Un peto que exponía su estómago y ocultaba lo justo y lo necesario, era su tenida más habitual. Y había que hacerla funcionar bajo la lluvia y para pedir las disculpas correspondientes.

 

Pero así como hay que saber trabajar lo que se tiene, un desafío mayor es reinventarse. Una fiera debe ser camaleónica. Y Pamela lo sabe. Morena, colorina, blonda y una mezcla de todo lo anterior han sido sus cambios en los últimos seis meses. Y ella guarda registro de todo. Incluso, tiene una pared en su casa –dentro de su cuarto de trofeos- donde va creando su propio hall of fame. “En una salita tiene todas las fotos de ella, de sus cambios de look”. Por más que sea su amigo, Gutiérrez no puede evitar reírse con el narcisismo de la modelo.

 

Pamela se debe a su capacidad de mutar. De adaptarse a lo que venga. Sin embargo, no transa un aspecto clave de su forma de ser: trazar una línea entre el trabajo y la vida privada. O la que quiere que siga así. “(Ella) no es una mujer que la vinculen con parranda, con fiesta. Entonces pareciera que tiene un manejo muy profesional”. Lo que Miguel Ángel Guzmán supone, Santamaría lo comprueba. Conoció a Pamela en 2000 haciendo unos desfiles por varias discotheques del norte, y reconoce que se llevaron bien de inmediato. “Nosotras éramos las únicas que queríamos irnos al hotel después de los desfiles. Creamos lazos de amistad y pedíamos piezas juntas, forjamos una relación agradable que hemos mantenido hasta hoy”. Guendelman, en tanto, la compara con una de sus más acérrimas enemigas: “la diferencia es que la Daniella Campos tiene una fama de ‘p5t1’ heavy. La Pamela será todas estas cosas, pero nadie la puede pelar en eso. Y en un país machista, latino, siempre es más positivo tener una reputación más conservadora y no ser expuesto en tu vida sexual”. Punto para la Fiera.

 

[El how-to de una fiera] QUINTO: déjalos que hablen, déjalos que piensen

-Que se saque la chucha y se quiebre la pata.

-Claro, factura expuesta. Para la imagen, ¿no?

Dos reporteros gráficos ríen cuando Pamela aparece en la pista de hielo. No es su persona favorita. Después de desearle una lesión, comienzan las ofensas. Todo mientras, les guste o no, le sacan fotos. Su editor quiere a Pamela haciendo lifts y poses graciosas. Y mientras ellos están sentados en el piso del set, amontonados tras una cámara y arriados de un lado para otro por una productora, ella se desplaza y marca su territorio en la pista. Con dos navajas en los pies, mucho glitter en el cuerpo y un discurso perpetrado en la cabeza. “Déjalos que hablen y ríete”, le aconseja a su amiga Mey Santamaría cuando la ve muy agobiada por el mundo de la farándula.

Porque la estampa de una fiera, está en su indiferencia. En que todo le importe menos que al resto. Así es como lo hace Pamela cuando tiene que enfrentar prejuicios y hacerle frente a los que quieren su cabeza. Y ni siquiera se despeina en el intento. Rodrigo Guendelman lo resume en una palabra, paradójicamente en inglés: “ella es la persona más cool que he conocido. Para mí, esa es la definición de cool… que todo te importe un culo”.

Pamela sabe que, por ser modelo, carga con el estigma de tonta. Su incultura tampoco le ayuda a demostrar lo contrario. Pero quienes la conocen, saben que no es más que un estereotipo, y que Pamela lo usa para aprovecharse de él y tener siempre una portada. Porque una tonta que hace declaraciones incendiarias, vende. Por eso no dudó en asumirse como una en una entrevista en La Nación en 2006. “Qué más inteligente que reconocerse tonta. Con eso bajas las expectativas para cualquiera; después todo lo que ella haga va a parecer inteligente”. Guendelman conoce el juego de la Fiera.

La clave está en la apatía. Pero aparentada. Si bien es mejor no hablar mucho, hay que estar pendiente de lo que dicen. Para poder ir a Primer Plano el viernes y cobrar tres millones por dar la última palabra. Ése es el truco: miras, merodeas, escuchas, callas. Como saliendo de caza. Y cuando tienes a tu presa rodeada, despidiéndose de sus últimos segundos de vitrina, das un golpe rápido. Haces trabajar la garra. Y listo. Lo hiciste de nuevo.

Pero no todas tienen lo que se necesita para ser así de fiera. Santamaría lo reconoce. “A mí siempre me afecta (que hablen que de mí), pero Pamela tiene claro que el juego es así. Creo que sabe jugar muy bien”. Pamela escribió las reglas. No en vano, lleva 10 años moviéndose en el ambiente, desde que perdió la corona de Miss 17 y modeló trajes de baño en Mekano.

Dejar que el resto hable de ti, es ahorrarte el trabajo de figurar. Si puedes hacerlo, ya eres una fiera consumada. Porque las mujeres no hablan de cualquiera. Sino de las que saben que son mejores. “Las demás son famosas por 15 minutos, y Pamela ha logrado ser famosa y mantenerse ahí –hasta el día de hoy- de diferentes maneras. Entonces, ¿dónde se demuestra lo inteligente que es esta mujer, y que es distinta a las demás? En su duración”. Guendelman tiene sólo elogios para ella. Ser una fiera, es una carrera de largo aliento. Y las principiantes sólo llegan a los 100 metros planos.

[El how-to de una fiera] CUARTO: si haces algo, hazlo en grande

-Vengo de la iglesia y estoy como impactada, esta cuestión es más grande de lo que yo me habría llegado a imaginar. Tienen todo montado.

-Bueno, pero bien – mientras le pone el vestido de novia, el diseñador le recuerda que es lo que corresponde.

-No, sí. Bien.

Una fiera de no se arrepiente de hacerlo todo en versión extra large. Mucha prensa, mucho brillo y mucho dinero son las tres máximas de cualquier evento digno de una felina que impone sus pisadas donde llega. Por eso, en Estrellas en el hielo, sus trajes tienen que ser los más destellantes.

Con apenas 27 años, Pamela es modelo, conflictiva, patinadora amateur y madre a tiempo completo. Aunque antes que todo, es Fiera. Sentada y pisco sour en mano –sólo uno, por el momento-, se relaja en su camarín ahora que está un poco más vacío. Bebe un sorbo y deja la copa de lado, saca sus anillos y pulseras de su enorme bolso Nike –la palabra, gigante y roja, deja claro que “es de marca”- y se los pone mientras conversa con quien entra. Estira las piernas y se las mira, verificando que su depilación haya sido eficiente. Sus botas no tienen tacos pero sí tachas y puntas doradas; Pamela no podía tener unas sobrias botas negras. El pelo planchadamente liso y teñidamente rubio, aunque a medias, demuestra que cuida cada elemento de su imagen.

Tiene que estar siempre lista, porque nunca sabe cuándo una cámara va a pedirle su mejor ángulo. Además, las fieras tienen que ser vistas en los lugares correctos en las noches adecuadas.

-Oye… no tengo auto –Dj Black lo menciona anticipando la reacción de su amiga.

-Yo te paso a dejar –Pamela no lo duda.

-¿No me podí pasar a dejar a la CostaVarúa?

-Ah, no po’, hueón, ¿Cómo me voy a pegar la media subía hasta allá y volver?

-Aaaah, pero si no queda nada…

-¿Y cómo me vengo yo?

-Derecho po’.

-¿Y yo tengo que ir a Costa Varúa también? –Después de unos segundos, menos molesta, se ríe cómplicemente y concluye- Va a quedar la cagá, culiao’, de nuevo.

Pamela no sólo anticipa, sino que también planea. Como lo hace una fiera cuando quiere que se escuchen sus rugidos. Y a veces, el lugar perfecto es el Liguria. Cuando se fue de SQP tras un impasse con la editora general Natalia Freire, Pamela quiso que el mundo se enterara por ella. Citó a sus compañeros en el local de Manuel Montt –ya que le prohibieron reunirse en el canal- y convocó una conferencia de prensa. Porque ella se iba y, aunque fuera doloroso para el equipo, era definitivo.

Sin embargo, no todos la apoyaron. Alejandra Valle, Pamela Jiles y Catalina Droguett fueron al restaurant, pero Jenniffer Warner –la conductora del espacio- e Ignacio Gutiérrez se negaron. La primera “tenía cosas que hacer”, y el amigo de Pamela fue sincero con ella. “Yo no tenía nada que hacer. Pero no iba a ir, porque era una especie de motín contra el programa”. Se lo dijo fuerte y claro: “Aquí hay 70 personas que tienen que seguir comiendo, no porque tú te vayas esto va parar”. Pero el rol de fiera tampoco se toma descansos, y Pamela tenía que hacer lo que correspondía.

Si no hay cámaras, no hay brillo. Si no hay dinero, no hay exclusiva. Y si no hay prensa, no hay portadas. Por eso, cuando algo pasa en la vida de la Pamela, hay que organizarlo con tiempo. Como su despedida de soltera. Sus amigas Mey Santamaría, Marisela Santibáñez, Alejandra Valle y Pamela Jiles pensaron en grande y reservaron la discotheque Ananda, en Vitacura, para el viernes 1 de diciembre. El 2006 había sido un año bullicioso en la vida de la modelo, y había que celebrar de igual manera.

Siguiendo el mandamiento, Pamela llamó la atención. Primero avergonzó al vedetto que la recibió en la entrada agarrando su manguera y señalando que era “muy chica”, y luego se paseó toda la noche con unas antenitas luminosas en forma de corazón. Brillando entre las demás féminas. El clímax de la fiesta –y el cumplimiento máximo de la consigna- lo protagonizó en la madrugada. “Pamela se roba la película en todos lados, así que terminó intimidando al vedetto –Mey Santamaría lo cuenta como si fuera muy normal-. Se pusieron a bailar y él se cortó un poco”.

Su matrimonio fue mucho más concurrido, bastante más glamoroso y un poco menos hormonal. La entrada de invitados como Iván Zamorano, Nelson Mauri o Macarena Ramis provocó varios flashes y menciones en los diarios, pero la noche no podía ser de nadie más. Como toda novia, llegó unos minutos atrasada. Se bajó de un Dodge de los años ’30. Como ninguna otra, brilló toda la noche. Al mirarla lucir su diseño, Miguel Ángel Guzmán confirmó que no se había equivocado: “se veía francamente espectacular, es una de las novias más bonitas que yo haya vestido. Ella tenía una seguridad que yo no se la he visto a nadie”. Esa seguridad que sólo las fieras tienen.

Madre de dos hijos, Trinidad (7) y Mateo (2), Pamela sabe cuándo salir al aire. Cuándo hacer algo grande, apoteósico. Y aunque sus hijos son “lo mejor que le ha pasado”, es experta en desprenderse de su rol materno y vivir, por unas horas, como muchas mujeres de 27 años. Sin niños, sin alguien que las controle y con el presupuesto suficiente como para darse sus gustos. Pero ciertos rugidos, prefiere hacerlos sin cámaras. Como el descanso que se tomará en marzo del próximo año. “Me voy siete días a carretear”, dice sin culpas. “Pero fuera de mí país. Porque aquí hago algo y me molestan”. O sea, sale en SQP al día siguiente.

Y ningún padre quiere que sus hijos se enteren de la fiesta de la noche anterior. Menos por las revistas o programas de farándula. Aunque su hija Trinidad detesta la televisión -ella quiere ser veterinaria-, nadie está exento de involucrarse en una polémica que sea portada de LUN o tema de matinal. Menos Pamela. Y Marisela Santibáñez sabe cuándo su amiga se luce, y cuándo se esconde. “Lo bueno de las historias se vende, y lo malo se guarda”.

[El how-to de una fiera] TERCERO: afila las garras, no las entierres

Para una fiera, este ítem es difícil. Hincar los dientes en vez de morder. Porque cuando Pamela encuentra una presa, no la suelta hasta que acaba con ella. “Su técnica es buscar muy bien a su próxima víctima, y mantenerse vigente a través de alguna polémica con esa víctima elegida”. Marisela Santibáñez lo tiene claro. La ha visto en suficientes peleas como para no entender cómo actúa su amiga. La Fiera no se mueve sin hacer algún rasguño.

Uno de sus más recientes escándalos incluyó un hotel en Buenos Aires, varios disfraces eróticos, una pareja lúdica y muchas fotos no aptas para moralistas. Y una mención a sus hijos. Porque Pamela rasguña todo el tiempo, pero cuando se meten con su descendencia, muerde. Alejandra Álvarez, panelista del programa Intrusos, de RedTV, lo comprobó personalmente. Bastó con que le dijera “qué opinas tú, si en la noche bailas en un caño y mandas a tus hijos a un colegio católico” para que Pamela reaccionara.

-Nos veremos en otro contexto-. La Fiera dictó su sentencia. Y acto seguido, convocó una conferencia de prensa en la cual entregó a cada periodista un cd con copias de las fotos de Álvarez, dignas de una edición senior de Playboy.

“Ella puede hacer esas cosas. Tiene la desfachatez de hacerlo”. Quien la vistiera de blanco angelical en su boda, reconoce que la Fiera es de temer cuando ruge. E insiste con que es “pragmáticamente cruel”: “hay tantas cosas que uno ve y dice a priori ‘no, esto no se hace’… yo creo que ella tiene clarísimo lo que no se hace, pero llega un minuto en que le importa una raja y corta cabezas. Y claramente la cortó”.

Si bien la moderación es la consigna, el arrepentimiento no es una opción. No para ser una fiera como Pamela. “Ella no se arrepiente de nada, se hace cargo de todo y le encanta mostrar”. Ignacio Gutiérrez, su compañero en SQP, es tajante. Sin embargo, una fiera con carácter –como debe ser- sabe cuándo retirarse. Aunque Guzmán ve a Pamela más como un kamikaze: “llegado el minuto, ella se tira no más”. Pero cuando surgen problemas, “tiene esa capacidad de apretar el botón y saltar justo”. Una verdadera fiera, conoce sus tiempos.

Y también a su competencia. Aunque no la considere como tal. Sudado y deseoso de una polémica, un periodista de Mira Quién Habla confronta a Pamela con dos de sus enemigas, Adriana Barrientos y Pamela Sosa, en la discotheque Costa Varúa.

-¿Qué opinas de Pamela Sosa?

-Quiere entrar al juego, pero es muy chica.

-¿Y tú? ¿Con quién juegas?

-Conmigo. Conmigo y gano.

-¿Y qué onda con Adriana?

-¿Qué Adriana? – Sentada frente a Pamela, la Barrientos hace una mueca. No se le ocurre otra respuesta.

-¿Qué opinas de lo que dice Adriana, que tienes que cambiar?

-No, así me va bien, soy la número uno. Y me encanta ser la número uno.

-¿La número uno?

-Pregúntale a mi público, mi people me elige.

Un rasguño perfecto. Lesson learned. Pamela entiende que a la gente le gusta que ella moleste, no que hiera. Las fotos fueron un exceso, pero la ironía y el ser frontal son un contraste que siempre funciona.

Y a la hora de patinar sobre hielo, le jugó a favor. Era la candidata del pueblo. Cuando salió a la pista el día de la final del programa de TVN, más de veinte personas vitoreaban por ella. No eran los hombres con corbata, los niños con polera tipo polo ni las mujeres con los vestidos de etiqueta. Eran los de los plumeros dorados. Arriba en la esquina, donde le corresponde a la galería. Emocionados cada vez que aparecía Pamela, gritaban su nombre y agitaban sus pompones. Que si bien no tenían el bling-bling del vestuario, brillaban por sobre los aplausos que recolectaban los otros dos finalistas como única muestra de afecto. Sólo la Fiera tiene un Bling Team.

Pero el amor –y el odio- que Pamela genera es transversal. Incluso una de las blondas concursantes ya eliminadas, Maura Rivera, la anunciaba como su favorita para el primer lugar. “¡Gracias, Barbie Mariposa!”, exclamaba la modelo en un video grabado antes de la final. La rubia se hizo más conocida por su sobrenombre –de autoría de Pamela- que por su patinaje. Y la Fiera no puede atemorizarse con una mariposa. Por eso, ella no siempre compite con el resto. Su principal batalla es Fiera versus Fiera. Sacando las garras cada vez que sea necesario.

Pero a veces, basta afilarlas. Una frase sarcástica o incluso sincera, es el mejor ejemplo a seguir. Como cuando estaba aún en la pista de hielo esperando la vuelta de comerciales; momento en que anunciarían quiénes eran los finalistas y, por ende, su derrota. Mientras ella precalentaba haciendo lifts con su pareja, la esposa de Sebastián Keitel, uno de sus competidores, gritó: “¡Si gana la Pamela, sería una estafa!”. Ella simplemente se acercó, sonriendo, y le dijo que su querido esposo no tenía el cariño del público, a diferencia de ella. Y ante eso, no había nada que hacer. Ni nada que contestar que refutara esa verdad.

[El how-to de una fiera] SEGUNDO: para ser la mejor, busca a los mejores

Si no sabes hacer algo, no aprendas: busca a un experto. Él lo hará mejor que tú. Cualquier fiera lo sabe. Por eso, Pamela tuvo una única petición respecto a su vestido de novia, el cual lució radiante ante las cámaras de Primer Plano en 2006: “que sea strapless”. El resto, lo dejó en las manos de Miguel Ángel Guzmán, experto en la moda y el show business. En hacer “vestidos televisivos”. El programa de Chilevisión pagó a la Fiera por cubrir su matrimonio en exclusiva. Transmisión en directo, set en la entrada del recinto y cobertura más allá de las barreras papales que contenían al resto de la prensa. Y a los 150 fervientes espectadores. Cualquier misa dominical de la iglesia Santa Gemita habría deseado la concurrencia de aquella noche: nadie quería perderse el de Pamela.

-Yo quiero un vestido de novia – explicitó la modelo en una de las tres reuniones que tuvo con Guzmán para definir el diseño.

Una vez conseguido el experto, hay que demandar la perfección. Y la perfección para la Fiera está en manos del artista, no en las ideas que ella se hubiera imaginado en su infancia en el sur. Pamela quería ser famosa, casarse con un vestido grande y tener un matrimonio dantesco. Y para el tercer ítem, Tomás Cox era el indicado. El productor de eventos era conocido por organizar todos los cumpleaños, bautizos, despedidas y bienvenidas de los famosos, por lo que era un fichaje obligado. Si a Guzmán y Cox se le suman el estilista Hugo Guerra y la maquilladora Vanessa Souza, el equipo resulta perfecto. Todos son los mejores. Una fiera no puede exigir menos.

“Para ser una persona tan rústica –por decirlo de alguna manera-, yo creo que ella siempre ha sido muy visionaria al respecto, y se ha entregado por completo a la persona indicada”. Guzmán aprovecha de valorar su trabajo mientras reconoce el buen juicio de Pamela. “Ahora que está en un segmento revisteril, sigue de la mano de muy buenos peluqueros, muy buenos vestuaristas, muy buenos diseñadores. Yo creo que en ese sentido ella es atinada, porque finalmente tiene muchas asesorías al respecto”.

Pero una fiera no se contenta con tener a los mejores trabajando con y para ella. Hay que hacerles saber quién manda y de quiénes son las culpas.

-Si no me va bien con el vestido, el problema es tuyo-. El razonamiento es lógico y Guzmán tiembla. Pamela no tiene tiempo para errores. Menos si no es ella la que los comete. “En ese sentido, es pragmáticamente cruel”. Los rugidos de la Fiera atemorizan hasta al más idóneo para lo que respecte.

Durante una noche, Pamela es reina. Y brilla. La corona de $ 50 millones que Joyerías Barón le prestó para la ocasión, le ayuda. La sobriedad del vestido contrasta con el destello constante que provocan los flashes de las cámaras; el bling-bling se hace presente. La fiesta continúa en el hotel Marriott y la Fiera cumple su sueño: tiene un vestido de novia que no se saca en toda la noche, una celebración apoteósica y un video que explicita el amor eterno al que se comprometió horas atrás con Manuel Neira.

Pero a las siete de la mañana, la fantasía se acaba. Y en el retorno a la realidad, Pamela deja de ser reina. Vuelve a ser mujer. Por ende, a mirar y compararse con la de al lado. La Fiera asume ese sentimiento y desde los 16 años concursó por ser la más bonita. Pero siempre obtuvo el segundo lugar. La tradición la inició en el concurso Miss 17, para el cual viajó en bus todos los días viernes desde Puerto Montt, su ciudad natal, hasta Santiago. Durante un año entero. Pero no ganó. Sí se llevó el premio de Miss Simpatía –aunque años después costara creerlo-, el Miss Modelo y, por supuesto, el segundo lugar.

Nada de eso fue suficiente para salvarla de repetir 2º medio en el colegio Germania. Mientras el trabajo como modelo en la capital se hacía rentable, sus notas iban en picada. Pamela lo tenía claro. Su madre quería que estudiara una carrera, pero ella quería ser una maniquí. La mejor. Aunque hasta ahora, le ha bastado con ser la segunda.

“Creo que el día en que gane el primer lugar, me va a ir mal. Porque cuando saco el segundo o el tercero, gano”. Sus ecuaciones no son inmediatas, pero sí acertadas: “con Estrellas sobre hielo, por ejemplo, me di cuenta de lo popular que soy, de que la gente está conmigo. Piensa que hace cinco años me echaron –de La Granja VIP– por no caerle bien al público. Creo que la gente ya me entendió”. Pamela es un gusto adquirido.

De eso, se dieron cuenta rápidamente en SQP: la incorporaron al programa apenas los votantes la echaron del reality. Líderes en el rating del mediodía, nuevamente Pamela se rodea de los mejores. Quienes más le convienen para hacerla brillar y rugir en pantalla. Ignacio Gutiérrez, en ese entonces panelista de SQP y actual amigo de la modelo, reconoce que contratarla fue un acierto. Para ella y para el canal. “La Pamela supo aprovechar muy bien al equipo. Éramos muy profesionales, siempre se trataba de potenciar cada uno de los roles para que la gente se sintiera cómoda”. Y el de la modelo, era ser Pamela Díaz.

Pero en SQP, la Fiera cambió. Afiló sus garras y las mezcló con una sonrisa. Aprendió a reírse de sí misma y eso les gustó a los televidentes. Sus compañeros la molestaban por decir que usaba “cuadros” y por su tranca con el inglés, y ella se reía con ellos. Pero seguía diciendo “colalé” y evitando el nombre del colegio donde estudia su hija Trinidad. Para alguien que no domina el idioma, Dunalastair es sinónimo de trabalenguas. Y para alguien cuyo negocio es ser ella misma, no es rentable aprender inglés.

Según Gutiérrez, Pamela no gustaba entre la gente antes de SQP porque “nadie le mostraba el sentido del humor. Y aquí –en el programa- a ella la quisieron mucho, porque podía bailar, matarse de la risa y decir que era ordinaria”. Todo eso, funcionaba perfecto para el canal. Consolidaba su título de los ganadores del mediodía. Con Pamela en el equipo, no podía esperarse otra cosa.

En Cuanto vale el show, el año pasado, el efecto fue el mismo. Tras consultarlo con su padrastro, Marco Álvarez –como lo hace con todos sus proyectos-, Pamela se integró al jurado del programa. ¿Su rol? Ser ella. ¿Su misión? Coincidentemente, escoger a los mejores de los participantes. Pamela sabe ser selectiva. “Ella cambia las vibras del lugar en donde está, la gente la quiere ver”. Rodrigo Guendelman, quien trabajó con ella durante tres meses y medio, no escatima en elogios. “Tiene ese elemento sorpresa que nunca sabes qué es lo que va a hacer, y es una de las pocas personas que es espontánea en televisión. Es predeciblemente impredecible”.

Rodeada de los mejores en su categoría –Passalacqua como el más malo, Rip Keller como el más loco y Guendelman como el más técnico-, Pamela sólo tenía que ser ella. La mejor Pamela. Tarea fácil para alguien que no se encartona ante una cámara, y que es la primera en la fila cuando de dar su opinión se trata. Sobre todo si le insisten con el inglés. Guendelman lo recuerda a la perfección: “cada vez que iba un artista y cantaba algo en ese idioma, ella le decía ‘la verdad es que no tengo idea de inglés, no te entendí nada. Así que de partida, te voy a dar diez lucas menos, porque si no cantái en castellano, no me interesa lo que cantái. O sea, estamos en Chile, huevón, la gente habla castellano. No vengái a cantar huevás’”. Priceless.

El how-to de una fiera

[Llevo como cinco meses queriendo actualizar este blog.
Y lo que tengo a mano es esto. Que está bueno. Es largo, es viejo y será publicado por partes. Siete pasos para ser una fiera. Siete días].

El how-to de una Fiera

Es rota, pero es reina. Pamela Díaz tiene su lugar ganado en la farándula criolla por ser directa y deslenguada. Y esculturalmente perfecta. Por eso, muchas mujeres quieren ser como ella. Acá, los siete pasos del how-to de una fiera que no habla inglés. Porque ser felina, en este caso, tiene poco de garbo y mucho de estrategia.

PAMELA ES BRILLANTE. Al menos desde lejos. Su camarín esta repleto de gente y ella destaca a primera vista, gracias al glitter del maquillaje y a los brillos de su falda azul. Le encanta el bling-bling. De la nada, una vestuarista se le acerca, le saca la prenda y se la lleva a bodega, o algo así. A nadie le importa exactamente dónde fue a parar. Lo que importa es que dejó a Pamela casi desnuda. Y una mujer como ella no se ve así todos los días. No en vivo y en directo.

La gente entra y sale y a ella no le importa. Se pasean con la excusa de animarla tras su eliminación de la final del programa Estrellas en el hielo, ocurrida hace sólo unos minutos. Pamela conversa, se ríe, se toma su tiempo para vestirse. Le gusta que la miren. Un peto Nike apretado levanta y expone la buena inversión que fueron sus implantes, y la fugaz tela azul evidencia unos calzones rosados con estrellas doradas. Probablemente un colaless, pero Pamela no se gira para mostrarlo. Se queda parada.

“Ya, apurémonos, porque me quiero ir”, indica demostrando su usual renuencia a dar entrevistas. Y se queda parada. Cualquiera que intente hablarle, también. Por unos segundos, hace sentir que hay que estar igual de desnuda que ella para conversar. Pero se viste, por suerte. Aunque no se tapa mucho: unas calzas negras al límite de ser hot pants, y una polera Everlast que sigue exponiendo su inversión a corto, mediano y largo plazo.

PRIMERO: tu nombre es tu marca

Yo voy a ser famosa. Quiero ser famosa”. Lo primero, es saber que tu firma será importante. Y Pamela lo tenía claro. Desde sus primeros años en el colegio Germania, en Puerto Montt, sellaba su futuro en sus cuadernos, escribiendo su manifiesto de la gloria entre las fracciones y los decimales. O Bernardo O’Higgins y José Miguel Carrera. Para ella, su nombre y su historia eran más importantes. A la hora del recreo, ya sabía lo que le deparaba el destino. Sólo le faltaba encontrar su puerta de entrada.

Para un branding exitoso, conocer el producto es clave. Y Pamela sabe lo que vende. Miguel Ángel Guzmán, quien diseñó su vestido de novia hace dos años, también: “ser honesta. Peligrosamente honesta”. Para él, esto es su mayor virtud y su peor defecto: vende, pero a veces le juega en contra. La modelo dice las cosas a la cara y a las cámaras, dejando de lado cualquier protocolo. Porque funciona. “La gente valora esa espontaneidad que es casi insolente, todo le importa un rábano”.

Pamela gusta, y eso, a ella le encanta. Porque sólo tiene que ser ella. La niña que ofrecía combos a alumnos mayores –y hombres- del Germania, es atractiva con un foco encima y una cámara al frente. “Se da cuenta de que siendo tal como es, sin ninguna concesión, logra más que nadie”. Rodrigo Guendelman, quien compartió con Pamela el sitial del jurado en el programa Cuánto vale el show el año pasado, lo tiene claro. Pamela engatusa y encanta. “Es la mujer más chistosa que te puedes imaginar, me hacía reír todo el rato. Era como estar con un amigo que cuenta chistes -y algunos muy vulgares- sin ningún problema. Y te hace reír; te hace reír y tú estás como fascinado”. Pamela se anota otra venta.

Así como se excede en sus palabras, se exhibe ante las cámaras. Y el programa Estrellas en el hielo es la plataforma perfecta. Porque parte de ser una marca, es asumir que el público te cotizará. Que los hombres querrán mirarte. Y eso, a Pamela le encanta: hace valer las tres horas diarias de gimnasio. Pero de nada sirve tenerlo si no vas a mostrarlo. Macarena Caiozzi, diseñadora de vestuario del programa, lo tiene claro: “ella es mucha piel y ama mostrarse entera, no esta ni ahí. Mientras más chico el calzón, mejor. Si no, hay que cortarlo ahí mismo”. Y con tal de que La Fiera no despierte, bienvenida sea la tijera.

Como Pamela es mujer, siempre quiere estar delgada. El género venera un Modigliani antes que un Botero. Sin embargo, las horas de fitness no son suficientes. Pamela trabaja mucho, duerme poco y come menos. Aunque no lo reconoce. No en un principio. Su amigo Dj Black, a quien conoció en el reality show La Granja VIP, llegó a saludarla y se quedó para el cóctel. Apenas la modelo dice que come “como una vaca”, él la mira extrañado. Quizás qué vacas conoce Pamela. “¿No?”, pregunta dubitativa. “Bueno, como poco. Es que no tengo tiempo, es por eso… pero a partir de la otra semana voy a estar más tranquila”. A partir de la próxima semana, come. Tal como una dieta no asumida, la Coca-Cola Zero es un elemento clave de su pirámide alimenticia, al punto de sustituir un plato de comida por tres latas de gaseosa. Al menos en el casino de TVN, horas antes de patinar en Estrellas en el hielo.

Otras veces come un pan integral con quesillo, y cuando tiene más tiempo, suma un consomé. Como hoy. Sin embargo, ese ritmo de vida y dieta tan excéntrica le pasaron la cuenta, como ocurre en todos los clichés y con cada “consejo de la abuela” que se omite por sonar básico. En vez de llegar a las cuatro de la tarde, como de costumbre, Pamela llegó al canal a las siete y media. Directo de una clínica donde estuvo internada unas horas, según ella, por estrés acumulado. Según Rafael Araneda esa misma noche, por una cefalea menor. Según Caiozzi, la diseñadora, “porque no come ni duerme”. Pero nunca es suficiente. “Lo que ella me cuenta es que quiere bajar cinco kilos más para volver a meterse a pabellón, y sacarse un poco de piel que tiene suelta ahora que está más delgada”.

Si bien Pamela no es un producto que se pone en oferta, sí se mejora constantemente. Hay que mantener a los clientes contentos. Según Marisela Santibáñez, amiga de la maniquí desde hace ocho años, “ella siempre tiene algo pendiente con el quirófano, lo que nos tiene a todos pendientes”. Sin embargo, Pamela lo niega. Al menos en público. No tiene ningún complejo, porque “se los operó todos”. “Le falta operarse la lengua, no más”, bromea el peluquero que la acompaña en el camarín. Todos se ríen. “Maraca culiá”, responde ella. Despertó la Fiera. Pero es imposible odiarla por sus reacciones; nadie esperaba algo distinto. Quizás, incluso, imaginaban algo más vulgar: cuando hay extraños alrededor, Pamela se contiene. Pero sólo un poco. Al fin y al cabo, está en la televisión. Y lo que vende es ser ella.

Deslenguada y garabatera, Pamela registró su marca desde un principio. Y lo que a cualquier persona le jugaría en contra, ella lo domina para usarlo a su favor. Como buena fiera. “Su vulgaridad se transformó en talento, en una habilidad. Porque cuando una mina te dice ‘sí, hueón, soy la hueona más chula de todas… ¿y, conchetumadre?’, la miras, te ríes y dices ‘ídola’”. Guendelman, su compañero en Chilevisión, resume la gracia de Pamela en su transparencia. “Después pasa todo el rato diciendo groserías, parece un maestro de la construcción… ella juega con la vulgaridad para dejar el tema inmediatamente de lado. Es absolutamente indomable, absolutamente incontrolable y absolutamente adorable”. El marketing de la Fiera funciona.

Pero más que el face to face, la difusión más exitosa es la pantalla. El placement que todas las marcas se pelean; el lugar donde pagan por estar. Y a Pamela, dos meses atrás, le ofrecieron un contrato en Estrellas en el hielo. “Ella es un personaje demasiado atractivo. La tele la necesita y ella necesita a la tele”. Para Guzmán, el diseñador, la relación es lógica. La Fiera “es encandilante. Aunque hoy yo creo que la tele la necesita más, por lo que ella da”. Su marca es premium y la oportunidad, de oro. Por eso, al patinar no esconde nada. “Pero nada. Hay minutos en los que ha decidido salir sin panties y anda con colaless. A poto pelado, tal cual”. Caiozzi, la vestuarista, lo sabe bien; por eso los trajes de Pamela siempre son los más cortos y los más escotados. Y los más brillantes, por supuesto. La modelo necesita su bling-bling.